Una de las noticias más impactantes del año pasado estuvo relacionada
con el cierre, por parte del gobierno de los Estados Unidos, del
servicio de webhosting (almacenamiento de archivos online) de
MegaUpload. Muchos de los administradores del sitio fueron encarcelados,
y el fundador de la empresa, el excéntrico Kim Dot Com, podría afrontar
una condena de varios años. Pero más allá de los problemas legales, que
involucran muchas cuestiones de copyright, una pregunta fundamental
surge en los mismos usuarios, que utilizaban MegaUpload para consumir
contenidos de entretenimiento.
MegaUpload contaba con un servicio llamado MegaVideo que nos permitía ver películas online.
Por supuesto, mucho de este contenido estaba subido a internet de forma
ilegal. Es que, durante mucho tiempo, las grandes productoras, estudios
de cine y sellos discográficos estuvieron en contra del acceso del
contenido a través de internet. Sin embargo, los tiempos cambian, y a
medida que los responsables de estas compañías se fueron dando cuenta de
que sus clientes estaban reclamando algo diferente, más dinámico y
online, otros servicios comenzaron a aparecer.
Los usuarios que anteriormente recurrían a la piratería para poder
conseguir más rápido su música y películas favoritas fueron los primeros
en anotarse (y pagar la suscripción) para servicios como Spotify, que
nos permite escuchar música en streaming. Al existir una oferta legal,
en algunos países europeos hasta ha bajado la cantidad de piratería.
Cuando la oferta se encuentra online, y aun precio accesible, la razón
de ser de los contenidos “robados” cesa de existir. Esto está perfecto
para los usuarios europeos, pero, ¿qué hay de los latinoamericanos que
no pueden tener acceso al video online?